¿Se puede servir a Dios de cualquier manera?

Pastor: Juan Sanabria Cruz


Hay hermanos que piensan que se puede servir a Dios de cualquier manera siempre que la intención sea buena sin pensar en que Dios ha establecido en Su Palabra la manera en que quiere ser servido. Por tanto la liturgia o servicio a Dios no puede ser de cualquier manera, sino a la manera de Dios. El Señor habló a su pueblo diciendo:

“Cuando Jehová tu Dios haya destruido delante de ti las naciones adonde tú vas para poseerlas, y las heredes, y habites en su tierra, guárdate que no tropieces yendo en pos de ellas, después que sean destruidas delante de ti; no preguntes acerca de sus dioses, diciendo: De la manera que servían aquellas naciones a sus dioses, yo también les serviré. No harás así a Jehová tu Dios; porque toda cosa abominable que Jehová aborrece, hicieron ellos a sus dioses; pues aun a sus hijos y a sus hijas quemaban en el fuego a sus dioses. Cuidarás de hacer todo lo que yo te mando; no añadirás a ello, ni de ello quitarás.” (Dt 12.29-32).

Sabemos que el Señor es el mismo ayer, hoy y por los siglos y que aunque en el nuevo pacto no se sirve igual que en el antiguo, sin embargo sus principios permanecen. En el texto citado Dios advierte a su pueblo sobre no informarse cómo sirven los paganos a sus dioses ni imitar sus formas. Dios dice que esto son cosas que Él aborrece (v. 31).

Sobre si la iglesia está imitando al mundo y la forma en que el mundo rinde culto a su dios deberíamos tener presente en nuestros corazones la amonestación divina.

¿Canta la iglesia como el mundo o hay diferencia? ¿Oramos según los patrones bíblicos o imitamos a los gentiles en sus repeticiones y parloterías? ¿Exponemos la Palabra según el modelo de Cristo y sus apóstoles o imitamos a los profetas paganos y sus oráculos? ¿Adoramos a Dios con el espíritu y según la verdad o hemos implantado patrones del mundo a expensas de lo dicho por Dios?

Sobre este asunto el v.32 del cap.12 de Deuteronomio, el Señor dijo: “Cuidarás de hacer todo lo que yo te mando; no añadirás a ello, ni de ello quitarás”.

Dios ha dado unas directrices para que su pueblo le adore conforme a Su voluntad y sobre esto dice que no agreguemos ni quitemos nada. A veces pensamos que como en la Biblia hay cosas que no se mencionan esto nos da licencia para introducir en el culto a Dios cualquier cosa que a nosotros nos parezca bien, o que por el contrario no cometemos ningún pecado cuando omitimos algunas de las cosas por Él establecidas. El pecado de añadir o quitar en nuestro servicio a Dios es algo en lo que podemos caer fácilmente, anteponiendo nuestro criterio a lo que Dios ha establecido.

Por poner un ejemplo de añadidura podemos mencionar a la Iglesia Católica-romana, pues aunque adoran al Dios verdadero no lo hacen de la manera que Él ha establecido ¿Por qué? Porque adoran a Dios a través de imágenes prohibidas en su Ley (Ex 20.4; Cf. Dt 4.15-18). Esto es una añadidura que ha desembocado en una abominable profanación del culto a Dios tal y como Él lo ha establecido.

Para poner un ejemplo de omisión a lo establecido podemos mencionar cómo muchas iglesias cristianas han dejado de guardar el Día de reposo para el Señor tal y como Él lo estableció en el cuarto mandamiento.

Argumentan para justificar este pecado diciendo que Cristo quitó esa Ley como si la misión de nuestro Señor en el mundo fuese la de abolir aquello que fue ordenado por Su Padre y escrito por su propio dedo. Sobre la Ley, nuestro Señor dijo que no vino para abolir sino para darle cumplimiento y que hasta que toda la era presente y el cielo y la tierra pasen ésta no perdería su vigor.

“No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.” (Mt 5.17-18).

Sobre el cuarto mandamiento conviene aclarar que en el nuevo Pacto, y para diferenciarlo del antiguo, nuestro día de reposo comienza el primer día de la semana. Esto quiere decir que comenzamos nuestra vida cristiana descansando en la justicia de Cristo para luego producir obras y no obrando en nuestra propia justicia para luego pretender el descanso y el refrigerio del Señor, pues no hay hombre que haga obras que le permitan entrar en este reposo.

Añado que el texto griego llama “Sabbáton” (esto es, reposo) a lo que en nuestras Biblias castellanas se traduce como “primer día de la semana”, con lo cual se confirma que la Ley del Sabath fue observada por los primeros cristianos en sustitución del Sabath hebreo para diferenciarse de aquellos y llamándole Día del Señor (lat. Domingo) (Mt 28.1; Mr 16.1-2; Hch 20.7; Ap 1.10).

A. EL CASO DE NADAB Y ABIÚ

“Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová.” (Lv 10.1-2).

Las Santas Escrituras nos enseñan que Nadab y Abiú, hijos del sumo sacerdote Aarón, eran las personas escogidas y encargadas de ofrecer el incienso ante Jehová en el tabernáculo pero, además de ser las personas escogidas y apartadas por Dios para este servicio, debían hacerlo según las normas que Él había establecido.

No es fácil saber a qué se refiere La Escritura cuando nos dice que ofrecieron “fuego extraño”. Casi siempre que la Escritura, especialmente en los libros de Moisés, nos habla de algo “extraño” nos hace referencia a dioses ajenos o formas relacionadas con el culto a estos dioses. Sí sabemos que esta ofrenda era algo muy santo para Jehová y que desde que fue establecido este servicio Dios había dicho que no se ofreciera sobre él fuego extraño.

“Y cuando Aarón encienda las lámparas al anochecer, quemará el incienso; rito perpetuo delante de Jehová por vuestras generaciones. No ofreceréis sobre él incienso extraño, ni holocausto, ni ofrenda; ni tampoco derramaréis sobre él libación. Y sobre sus cuernos hará Aarón expiación una vez en el año con la sangre del sacrificio por el pecado para expiación; una vez en el año hará expiación sobre él por vuestras generaciones; será muy santo a Jehová.” (Ex 30.8-10).

La función del Altar del Incienso, también conocido como el altar de oro, era ofrecer a Dios hierbas aromáticas a fin de eliminar del Tabernáculo el mal olor de los sacrificios ofrecidos en el Altar de Bronce y además como gesto de que Dios se había agradado de dichas ofrendas para obrar a favor de su pueblo.

Esta ofrenda debía ser ofrecida por un solo sacerdote, sin embargo en este caso los dos hermanos entraron precipitadamente sin tener en consideración los preceptos divinos.

Quizá la “extrañeza” del sacrificio también radicara en que encendieron fuego por su propia cuenta mientras que este fuego debía de ser santo para Jehová, y por lo que vemos en el libro de Levítico debía ser tomado del altar de bronce:

“Después tomará un incensario lleno de brasas de fuego del altar de delante de Jehová, y sus puños llenos del perfume aromático molido, y lo llevará detrás del velo.” (Lv 16.12)

El pecado cometido por Nadab y Abiú fue haber hecho lo que el Señor nunca mandó (Lv 10.1). Aquí vemos una vez más la advertencia divina de Deuteronomio 32.12 de no añadir nada a lo que Dios ha establecido en cuanto a su culto. De esto debemos tomar buena nota los cristianos en la actualidad, y cuidarnos de no hacer nada que sea ajeno o “extraño” a lo que enseñan Las Escrituras. No debemos hacer nada que el Señor no haya mandado en Su Palabra aunque a nosotros nos parezca que no sea malo.

1. ¿Qué les llevó a actuar de esta manera?

Nadab y Abiú actuaron de manera desconsiderada y desenfrenada, pero si ellos conocían La Ley del Señor ¿Por qué actuaron de esta manera?

El único pero peligroso pecado que aquí vemos es el no considerar los mandamientos de Dios y actuar en rebeldía contra lo que Él ha establecido en su culto. Algunos opinan, por las palabras que Jehová habla a su padre Aarón después de tan fatal acontecimiento, que la causa de encender el fuego extraño era que ya ellos se habían encendido con el fuego del vino, es decir, estaban borrachos. Esto no se puede afirmar categóricamente aunque es digno de tener en cuenta por aquellos que rinden algún servicio en la casa de Dios. Veamos lo que Dios le dice a Aarón:

“Y Jehová habló a Aarón, diciendo: Tú, y tus hijos contigo, no beberéis vino ni sidra cuando entréis en el tabernáculo de reunión, para que no muráis; estatuto perpetuo será para vuestras generaciones, para poder discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio, y para enseñar a los hijos de Israel todos los estatutos que Jehová les ha dicho por medio de Moisés.” (Lv 10.8-11).

A partir de ese entonces y en vista de lo sucedido Dios añade otra norma para los sacerdotes, especialmente antes de entrar a ministrar en su santuario: Que se abstengan de bebidas alcohólicas. El propósito descrito por Dios es:

a. Para que no pierdan el discernimiento entre lo santo y lo profano.

Ya el sabio Salomón había escrito los efectos del consumo de las bebidas alcohólicas diciendo:

“El vino es escarnecedor, la sidra alborotadora, y cualquiera que por ellos yerra no es sabio.” (Prov 20.1).

Como vemos, el alcohol fuera de su justa medida es una droga socialmente permitida pero que puede hacer desvariar a un hombre de Dios y llevar a cometer locuras en su Ministerio. Al perder su juicio no sabe lo que hace y no repara en distinguir entre lo santo de lo profano, aunque también es cierto que a algunos nos les hace falta emborracharse para caer en el mismo error, por lo cual será más tolerable el juicio sobre Nadab y Abiú que el caerá sobre ellos.

Para los que creemos en la unidad de las Escrituras vemos que el valor del Antiguo Testamento como la Palabra inspirada y vigente de Dios se escribió para nuestra enseñanza. Por eso también el apóstol Pablo, y siguiendo los mismos principios, manda que los Obispos no sean dados al vino para que éstos no caigan en el mismo error que aquellos.

“Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro” (1 Tim 3.2-3).

b. Para instruir a los hijos de Israel.

Los que ejercen el ministerio tienen que ser ejemplos para el pueblo de Dios de manera que puedan enseñarles a través de su conducta cómo se debe servir a Dios. Sobre esto el apóstol Pedro escribe a los Presbíteros diciendo:

Ruego a los ancianos [presbíteros] que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Pe 5.1-3).

Nadab y Abiú, como sacerdotes del pueblo tenían que ser ejemplares para el pueblo pero su rebeldía les condujo a ser reos del justo juicio de Dios.


2. ¿Por qué la ira de Dios cayó sobre ellos?

La respuesta a esta pregunta la encontramos por iniciativa divina inmediatamente después de haberlos castigado:

“Entonces dijo Moisés a Aarón: Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado. Y Aarón calló” (Lv 10.3).

a. “Me santificaré”. Con estas palabras dirigidas a Aarón el sacerdote entendió que el ministerio no era cosa que se pudiese tomar de manera trivial sino que era algo bastante serio. El rey David escribió:
“Servid a Jehová con temor, y alegraos con temblor.” (Sal 2.11)

El acercarse a Dios, bien sea para servirle o para adorarle y aunque sea con gozo, debe hacerse con todo temor y reverencia, exentos de toda forma de expresión de gozo según los rudimentos del mundo. Dios no acepta un culto chabacano pues Él es el Gran Rey, digno de ser servido de la mejor manera, con solemnidad, en reconocimiento de su grandeza y nuestra pequeñez. Cualquier tipo de presunción similar a las de Nadab y Abiú no quedará sin castigo. Ellos no santificaron ni supieron poner en alto el Nombre de Dios haciendo un servicio menospreciable y extraño, por eso fueron castigados.

b. “Seré glorificado”. Dios se glorificó a Sí mismo en este juicio al mostrar al pueblo la santidad de su nombre y de todo lo que tiene relación con el servicio que a Él se le rinde. A los sacerdotes les fue prohibido hacer duelo por la muerte de de Nadab y Abiú, de esta manera sus representantes darían un reflejo del carácter de Dios. A veces sucede que aquellos que ministran en nombre de Dios se quieren mostrar más amorosos que Él y en otros casos a la inversa, mostrando a un Dios iracundo como aconteció a Moisés cuando golpeó la roca en el desierto dejando en mal lugar el nombre de Dios ante los ojos del pueblo (Dt 32.48-52).

B. EL CASO DE UZÍAS

“Y se pusieron contra el rey Uzías, y le dijeron: No te corresponde a ti, oh Uzías, el quemar incienso a Jehová, sino a los sacerdotes hijos de Aarón, que son consagrados para quemarlo. Sal del santuario, porque has prevaricado, y no te será para gloria delante de Jehová Dios. Entonces Uzías, teniendo en la mano un incensario para ofrecer incienso, se llenó de ira; y en su ira contra los sacerdotes, la lepra le brotó en la frente, delante de los sacerdotes en la casa de Jehová, junto al altar del incienso.” (2 Cr 26.18-19).

Si en el punto anterior hablábamos de personas escogidas que sirvieron mal al Señor, en este punto veremos cómo alguien que no ha sido llamado para el ministerio se pone a hacer funciones que no le corresponden.

La pregunta que debemos hacernos es ¿Puede cualquier persona hacer funciones de ministro de culto sin haber sido llamado para ello? ¿Puede cualquier hermano hablar la Palabra de Dios en el culto aunque no haya habido un llamamiento y reconocimiento previo? ¿Puede cualquier hermano oficiar el culto a Dios aunque no haya sido apartado para dicha tarea?

El rey Uzías había sido bendecido por Dios durante su gobierno. Fue próspero y Dios le ayudó contra sus enemigos:

Dios le dio ayuda contra los filisteos, y contra los árabes que habitaban en Gur-baal, y contra los amonitas. Y dieron los amonitas presentes a Uzías, y se divulgó su fama hasta la frontera de Egipto; porque se había hecho altamente poderoso.” (2 Cr 26.7-8).

Además de esto, como podemos ver en los siguientes versos, fue próspero en ganados, sabio para la guerra, un excelente constructor y arquitecto pero no le dio la gloria a Dios sino que se enalteció a sí mismo.

“Mas cuando ya era fuerte, su corazón se enalteció para su ruina; porque se rebeló contra Jehová su Dios, entrando en el templo de Jehová para quemar incienso en el altar del incienso.” (2 Cr 26.16).

El hecho de ver el favor de Dios en su vida le llevó a pensar que siempre tendría su bendición en todo lo que hiciera pero se equivocó. Tenía un excelente poder político, económico y militar pero esto no le fue suficiente, ahora anhelaba el poder religioso. Esta actitud de rebeldía y soberbia le impulsó a entrometerse en los asuntos del ministerio sacerdotal queriendo ofrecer incienso a Jehová como lo hacían los sacerdotes.

Dios había dicho que nadie podía hacer esta tarea excepto aquellas personas que Él había apartado para dicho fin:

“Y tendréis el cuidado del santuario, y el cuidado del altar, para que no venga más la ira sobre los hijos de Israel. Porque he aquí, yo he tomado a vuestros hermanos los levitas de entre los hijos de Israel, dados a vosotros en don de Jehová, para que sirvan en el ministerio del tabernáculo de reunión. Mas tú y tus hijos contigo guardaréis vuestro sacerdocio en todo lo relacionado con el altar, y del velo adentro, y ministraréis. Yo os he dado en don el servicio de vuestro sacerdocio; y el extraño que se acercare, morirá.” (Nm 18.5-7).

En el antiguo pacto el pueblo de Israel era el pueblo elegido de Dios. Su trato especial sería con ellos y los paganos serían tratados como “extraños”.

“Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra.” (Dt 7.6).

El motivo de la elección de Dios en cuestión a Israel es, según vemos en los versículos siguientes, que fue por amor, de pura gracia, no por decisión del pueblo ni porque este pueblo fuese especial en sí mismo sino por el puro afecto de la voluntad de Dios.

Ahora bien, dentro de este pueblo escogido, Dios tendría otros escogidos para tareas específicas en las que nadie podía entrar. De manera que los que ministran en nombre de Dios son escogidos de entre los escogidos, de modo que cualquiera que quiera ejercer sus funciones particulares es tratado por Dios como “extraño” aún perteneciendo a su pueblo (Cf. Nm 18.7).

Como extraño trató Dios al rey Uzías porque sin pertenecer al ministerio sacerdotal quiso hacer funciones a las que no había sido llamado, por eso dice La Escritura que “Jehová le hirió”. Los sacerdotes intentaron evitar aquel arrebato, pero lejos de recapacitar se llenó de ira contra ellos.

“Entonces Uzías, teniendo en la mano un incensario para ofrecer incienso, se llenó de ira; y en su ira contra los sacerdotes, la lepra le brotó en la frente, delante de los sacerdotes en la casa de Jehová, junto al altar del incienso. Y le miró el sumo sacerdote Azarías, y todos los sacerdotes, y he aquí la lepra estaba en su frente; y le hicieron salir apresuradamente de aquel lugar; y él también se dio prisa a salir, porque Jehová lo había herido. Así el rey Uzías fue leproso hasta el día de su muerte, y habitó leproso en una casa apartada, por lo cual fue excluido de la casa de Jehová; y Jotam su hijo tuvo cargo de la casa real, gobernando al pueblo de la tierra.” (2 Cr 16.19-21).

Uzías fue excluido y apartado como un inmundo como castigo de Dios y a causa de su lepra, por lo cual su hijo tuvo que hacerse cargo de los asuntos del reino.

Bajo el Nuevo Pacto Dios ha apartado para sí a personas que ministren Su Palabra. Lucas, el evangelista dice:
“tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra” (Lc 1.2).

Habiendo cesado los ministerios de apóstoles y profetas como co-fundadores de la Iglesia de Cristo (Ef 2.20), ahora quedan como ministros de Dios los Evangelistas (o misioneros) y los Pastores-maestros (Ef 4.11). Éstos, al igual que los sacerdotes del antiguo pacto, tienen la tarea de ministrar en la Casa del Señor y oficiar el culto a su nombre y, al igual que en el antiguo pacto, cualquiera que tome su lugar es visto por Dios como “extraño”. No hay datos neotestamentarios que nos dejen ver que personas no llamadas por Dios puedan hacer funciones ministeriales, excepto en la muy desordenada iglesia de Corinto, de lo cual hablaremos más adelante.