Las oraciones y el orden en el Culto

Autor: Pastor Juan Sanabria

La Palabra de Dios nos enseña que uno de los ingredientes del culto cristiano son las oraciones:

Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.” (Hch 2.42)

Respecto a cómo debemos de orar Las Escrituras nos dejan una serie de pautas a seguir, a saber:

1. Debemos orar a Dios Padre en nombre de su Hijo.

Cuando oramos debemos dirigirnos a Dios Padre y no a Su Hijo. Es un error orar a Cristo ya que Él no es el fin de nuestra oración sino el medio de la misma. Con esto quiero decir que Jesús se presenta a sí mismo como el Camino para llegar al Padre (Jn 14.6). El apóstol Pablo dijo respecto a la oración que Cristo es el Mediador pero que el objetivo es acercarnos al Padre.

“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Tim 2.5).

“Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.” (Heb 7.23-25).

El mismo Cristo nos enseñó a dirigirnos al Padre en su oración cuando dijo:

“Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos…” (Mt 6.9a).

Y también cuando dijo a sus seguidores:

“Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.” (Jn 14.13)

Así que damos por zanjado este punto aclarando que no hay fundamento bíblico para dirigir nuestras oraciones al Hijo o al Espíritu Santo.

Es muy importante aclarar que tampoco debemos caer en el error de los unitarios o modalistas pensando que al hablar con Jesús estamos hablando con el Padre o viceversa, pues, aunque creemos en un Dios en tres personas, estas personas no deben ser confundidas. Esta herejía puede ser trasmitida por hermanos que no saben orar y que le dicen al Padre que Él murió en la cruz por nosotros o se dirigen a Jesús como el Padre.

No podemos decir ¡Padre porque tú moriste por mí! o ¡Jesús, tú eres nuestro Padre! No debemos confundir las personas de la Trinidad en nuestras oraciones.


2. Debemos evitar orar como los hipócritas.

Jesús dijo:
“Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.” (Mt 6.5).

Vine comenta acerca de un hipócrita y lo define según el contexto griego diciendo “que se corresponde a un actor en escena. Era costumbre entre los actores griegos y romanos hablar en grandes máscaras con dispositivos mecánicos para aumentar la potencia de la voz; de ahí este término vino a usarse para denotar a un engañador, un hipócrita.”[1]

Al hablar de amplificar la voz y dramatizar nos habla de una persona que lo que busca es hacerse notar y llamar la atención. Mal asunto cuando en una iglesia todos están pendientes del orante por sus gritos, aspavientos, exageraciones y otras artimañas para llamar la atención sobre sí mismo haciendo que el pueblo quite la mirada del Señor. Al usar una máscara (actitud hipócrita) demuestra que no se muestra tal cual es, sino que quiere presumir de una espiritualidad falsa que no posee. Su objetivo es ser visto por los hombres pero carece de una relación verdadera con Dios.

Tampoco parece que la Biblia apoye eventos donde la iglesia se quiera hacer notar por sus clamores públicos adoptando así una actitud farisaica. La oración no va dirigida a los hombres sino a Dios, por eso es que debemos evitar a toda costa hacer de un clamor de oración un espectáculo para hacer censo y querer impresionar. La oración ha de ser en humilde súplica y ante Dios. Ya es el tiempo de que los espectáculos abandonen las iglesias o que, como dijo Moody, las iglesias abandonen a los pastores que no se ciñen a La Escritura.


3. Debemos evitar las vanas repeticiones y las palabrerías.

Jesús dijo:
“Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos.” (Mt 6.7).

Aquí nuestro Señor quiere evitar las repeticiones vanas o inútiles. Esto sucede mucho en esas muletillas que solemos tener muchos cristianos al orar cuando repetimos mil veces la palabra Señor, Padre, etc. Esto nos puede llevar a pecar contra el tercer mandamiento de su Ley que nos amonesta a no usar su Nombre en vano.

¿Cuántas veces no nos ha sucedido que nos dirigimos a Dios y le decimos: Señor porque tú sabes Señor que yo te amo Señor por eso es que te pido Señor…? Estos malos hábitos deben ser corregidos en nuestra vida de oración porque no orar como nuestro Dios nos manda se nos convierte en pecado.

También se producen vanas repeticiones cuando alguien ha orado por algún asunto en particular y luego va otro hermano y repite lo mismo. Esto es como invalidar la oración del que oró primero, además de considerar a Dios como alguien olvidadizo al que hay que recordarles las cosas.

También Cristo quiere evitar que sus seguidores oren como los paganos haciendo uso de palabrerías. Ellos pensaban que entre más largas fueran sus oraciones o su tiempo de oración serían mayormente escuchados.

Este pensamiento ha calado fuertemente en sectores de la iglesia contemporánea e incluso algunos hermanos se preguntan entre sí sobre cuánto tiempo han orado ese día para rivalizar, creyendo que a mayor tiempo mayor espiritualidad o mayor recompensa y manifestación divina.

También sobre la parlotería escribió el sabio Salomón diciendo:

Cuando fueres a la casa de Dios, guarda tu pie; y acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben que hacen mal. No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras.” (Ec 5.1-2).

No debemos malinterpretar las palabras del sabio pensando que Dios no quiere que su pueblo sea un pueblo de oración, sino que nuestra actitud debe ser correcta.

Hay personas que abusan del tiempo del culto y cuando oran lo hacen excesivamente como si todo lo que tuviesen que haber orado en su casa lo hicieran en el culto, al acercarse a la Casa de Dios. Estas personas tienen un devocional personal muy pobre y cuando llegan a la Casa de Dios se 'inspiran' y empiezan a orar sin tener en cuenta al que ocupa el lugar de oyente. Incluso es probable que tenga que orar por alguna causa específica y común a todos y en lugar de hacer eso, le cuentan a Dios todas las preocupaciones personales acontecidas durante el día. Nunca se debe mezclar la oración personal con la oración comunitaria.

Lo más importante en el culto congregacional no son las oraciones particulares sino el oír la Palabra de Dios.

También existen aquellos que, buscando cómo justificar su miseria espiritual, utilizan estos textos para justificar su falta de fervor. Me refiero, por ejemplo, a hermanos a los que se les dice que oren por la ofrenda u otra cosa y cuando se dirigen a Dios se limitan a decir “Padre, te pedimos que bendigas estas ofrendas, en el nombre de Jesús, Amén”. Esto no es más que una demostración de cuán pobre es la relación que tiene esta persona con Dios y eso en el mejor de los casos, pues también pudiera ser un inconverso que hace un intento de imitar la forma de orar de los conversos.

Si vemos los textos siguientes Salomón dice que en las muchas parloterías viene la voz del necio porque comenzamos a hacer promesas a Dios que luego no cumpliremos, y es sabido que para Dios es más importante la obediencia y el cumplimiento de su Ley que todas las oraciones del mundo.

“El que aparta su oído para no oír la ley, Su oración también es abominable.” (Prov 28.9).

Siguiendo el análisis de Eclesiastés 5 también vemos que en las oraciones con mucha palabrería viene el sueño y el cansancio. Lo cual lleva al orante a desvariar y hablar palabras necias.

Quizás en muchas vigilias de oración organizadas por las iglesias, si no se toman en consideración lo que nos enseñan las Escrituras, hayan más cosas del desagrado de Dios que bendición, aunque el sentir del corazón humano es tan engañoso que nos pueda hacer creer lo contrario.


4. Debemos orar en una lengua conocida

“¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento. Porque si bendices sólo con el espíritu, el que ocupa lugar de simple oyente, ¿cómo dirá el Amén a tu acción de gracias? pues no sabe lo que has dicho.” (1 Co 14.15-16).

Esta carta va dirigida a los cristianos de Corinto aunque el contenido de la misma era aplicable a toda la iglesia universal. En lo que respecta a las oraciones, el apóstol Pablo enseña que orar con el Espíritu no está reñido con orar con el entendimiento. Parece que en aquella iglesia, al igual que muchos sectores de la actualidad, entendían que la oración en el Espíritu era solamente la que se hacía en una lengua extraña. De ser así quien no tuviera el don de lenguas nunca hubieran podido orar en el Espíritu, lo cual es un grave error.

En este texto Pablo dice que se puede orar con el Espíritu pero que a la misma vez debía hacerse de manera inteligible, ya que el propósito de los dones no era la edificación personal sino la edificación de la iglesia.

“Pero a cada cual le es dada la manifestación del Espíritu para provecho mutuo” (1 Co 12.7 RVA).

El don de lenguas es el único que se menciona como para provecho personal, por tanto carece de utilidad en la iglesia, es por eso que Pablo exhorta a buscar los dones mejores, es decir, aquellos de provecho comunitario.

“El que habla en lengua extraña, a sí mismo se edifica…” (1 Co 14.4).

Los corintios habían perdido el enfoque de la razón de ser de los dones: el beneficio y edificación de la iglesia. Por tanto al hacer uso del don de lenguas en el culto público manifestaban una actitud infantil buscando solamente la satisfacción personal. También por eso es que Pablo les llama la atención para que no se comporten como niños egoístas e inmaduros.

“Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar.” (1 Co 14.20).

Los corintios, al hablar en lenguas en el culto público, solo ponían en evidencia su falta de entendimiento sobre las cosas espirituales, aunque paradójicamente al hablar en lenguas se consideraban más espirituales en relación con los que no tenían este don.

El apóstol vio que esta actitud era un grave problema en el culto público ¿Por qué? Porque no se buscaba la edificación común ni se aportaba nada a la iglesia, de manera que el orden del culto quedaba distorsionado por estas actitudes erróneas.

“Porque si bendices sólo con el espíritu, el que ocupa lugar de simple oyente, ¿cómo dirá el Amén a tu acción de gracias? pues no sabe lo que has dicho. Porque tú, a la verdad, bien das gracias; pero el otro no es edificado.” (1 Co 14.16-17).

Aquí el Apóstol Pablo tiene en consideración tanto al orante como al oyente porque otra de las cosas que deben quedar claras es que cuando alguien ora lo hace en representación de toda la congregación. En ese momento la oración del orante es la oración de todos los que escuchan para que al terminar den su aprobación con el Amén. Pero estos egoístas solo causaban desórdenes y eran hasta de tropiezo para los visitantes, de manera que ni siquiera los creyentes en su posición de oyentes podían decir Amén a algo que no entendían y que además no aportaban nada para su edificación.

Ahora bien ¿Era esta una norma solo para un problema particular de Corinto? La respuesta es NO.

Al comienzo de la carta en su salutación apostólica san Pablo se dirige a los santos de Corinto junto a todos los santos que en cualquier lugar del mundo invocan el Nombre del Señor, y también es sabido de sobra que las cartas particulares del apóstol se hacían circular por las demás iglesias (Cf. Col 4.16). Pero veamos la salutación a los corintios:

A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro” (1 Co 1.2).

Con esto se da a entender que esta carta era local pero a la misma vez era universal. En el contenido de la carta quedamos seguros de esto al comprobar los siguientes textos:

“Por esto mismo os he enviado a Timoteo, que es mi hijo amado y fiel en el Señor, el cual os recordará mi proceder en Cristo, de la manera que enseño en todas partes y en todas las iglesias.” (1 Co 4.17).

“Pero cada uno como el Señor le repartió, y como Dios llamó a cada uno, así haga; esto ordeno en todas las iglesias.” (1 Co 7.17).

“Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios.” (1 Co 11.16).

Como en todas las iglesias de los santos, vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice.” (1 Co 14.33b-34).

“En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia.” (1 Co 16.1).

Por todos estos textos vemos que las palabras de san Pablo no eran solamente para los corintios sino que eran las normativas de la iglesia universal. Pero ¿Cuál era el problema de fondo de la iglesia de Corinto? ¡Era una iglesia independiente!

Pero antes de abordar este asunto quiero presentar los argumentos para corregir los desórdenes del culto en Corinto.

a. Primeramente, el apóstol Pablo les exhorta a que se le imite, de la misma manera que él imita a Cristo. Probablemente había en la iglesia de Corinto un vacío de poder. En lugar de ceñirse a sus ancianos-pastores y dejarse guiar por ellos iban detrás de los hermanos con más carismas teniendo las consecuencias que ya conocemos.

“Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo.” (1 Co 11.1).

Bajo esta premisa les enseña que él, aún siendo apóstol, no habla en otras lenguas en el culto:

“Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vosotros; pero en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida.” (1 Co 14.18-19).


b. Prohíbe que todos oren a la misma vez y menos en lenguas desconocidas.

“Si, pues, toda la iglesia se reúne en un solo lugar, y todos hablan en lenguas, y entran indoctos o incrédulos, ¿no dirán que estáis locos?” (1 Co 14.23).

Es un verdadero desorden y motivo de escándalo que todos oren a la misma vez en voz alta. Esto, en vez de ser una oración comunitaria, no es más que decenas de oraciones individuales hechas todas a la misma vez donde todos son orantes y no hay oyentes que puedan decir amén. Si además se hace en otra lengua peor aún pues, aunque Dios es quien reparte los dones, el receptor es responsable ante Dios de cómo lo ha utilizado (Lc 19.11-27). Los que actúan de esta manera ignoran que el Espíritu es Espíritu de dominio y autocontrol y que no se trata de apagar al Espíritu sino obedecer lo que Él mismo ha inspirado en la Palabra escrita (2 Tim 1.7)

Así pues, el que ora debe hacerlo con el espíritu y en el idioma comprensible.

“¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento.” (1 Co 14.15).


c. Aclara que todo lo que dice son mandamientos universales del Señor.

“Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor.” (1 Co 14.37).

Esto es de suma importancia, ya que saltarse las normas litúrgicas dadas por el apóstol en este capítulo es ir contra los mandamientos del Señor y por tanto quien los quebranta comete pecado.

Añado, que como ya hemos venido explicando, las palabras dichas por el apóstol no eran solo para aquella época ni exclusivamente para los corintios, sino para todos los cristianos de todos los tiempos.


d. Disciplinad a los opositores.

Pablo no quiere que sus palabras sean pasadas por alto, pues sabe que lo que habla lo hace por inspiración divina pero también es conciente de que los corintios son flojos en la disciplina y les exhorta a que se le dé de lado a cualquier persona que presumiendo de ser profeta o espiritual vaya en contra de las palabras expuestas por el apóstol.

“Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor. Mas el que ignora, ignore.” (1 Co 14.37-38).

Aquí la expresión “mas el que ignora, ignore” no quiere decir que tal profeta permanezca en su ignorancia, sino que sea ignorado como tal, de manera que no se le dé participación en el culto.

La Biblia Dios habla hoy lo traduce de la siguiente manera:

“Si alguien se cree profeta, o cree estar inspirado por el Espíritu, reconocerá que esto que les estoy escribiendo es un mandato del Señor. Y si no lo reconoce, el Señor tampoco lo reconoce a él.” (1 Co 14.37-38 DHH).

En el texto griego no se menciona al Señor, como añaden los traductores de esta versión. Más bien creo que se trata de una restricción que debe ser llevada a cabo por la iglesia de manera que no se le reconozca como persona espiritual ni como profeta.


e. El resumen de las normas del apóstol.

Pablo termina con unas palabras sencillas pero contundentes:

“…pero hágase todo decentemente y con orden.” (1 Co 14.40).

Sobre este asunto el Dr. José Luis Fortes comenta:

La improvisación está reñida con la planificación y preparación que requieren las cosas de Dios. La propia vida cristiana debe ser enfocada de manera que haya un propósito y los medios adecuados para alcanzarlo (1 Co 9.26). De igual manera cada acto o parte del culto debe ser previamente organizada y preparada. Por lo general, detrás de la improvisación está la falta de respeto a Dios, la falta de respeto al prójimo, la desidia, la pereza y la ignorancia. Eso es lo que nos muestra tanto la parábola de las diez vírgenes como la de los talentos (Mt 25.1-30). En ambos casos las personas que se mencionan se habían preparado antes de presentarse ante su Señor. Dios nunca suple con su poder la negligencia humana. Dios bendice a los que se esfuerzan y premia a los que procuran hacer las cosas bien.[2]


5. El orante y el oyente

Al hablar de la oración, el apóstol Pablo menciona a dos grupos de personas, los orantes y los oyentes.

El orante, cuando ora, lo hace en representación de toda la congregación (1 Co 14.16-17), de manera que su oración es la oración de todos, por eso siempre debe dirigirse a Dios como nos enseñó el Señor diciendo “Padre nuestro” y no “Padre mío” o “Señor nuestro” y no “Mi Señor”.

Mientras el orante eleva su oración, los demás ocupan el lugar de oyentes para luego respaldar con un Amén. Esto no significa que el oyente sea un oyente inactivo o completamente pasivo, sino que está en plena sintonía con el orante teniendo conciencia que aquella oración es su oración y la del resto de la iglesia.

El objetivo del orante cuando ora no es solo hacia Dios sino también hacia la congregación. Dice el apóstol Pablo que el orante debe edificar a los que oyen (1 Co 14.17) de manera que debe orar correctamente aportando conocimiento a los que le escuchan.

Por este motivo deben ser los ministros quienes dirijan las oraciones en el culto público.

- Primeramente porque a ellos les ha sido dada la tarea de la edificación del cuerpo:

“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Ef 4.11-12).

- Segundo. Por el lugar que tienen de representatividad. Los Ministros de Culto, llamados, capacitados y apartados por Dios son escogidos para representarle a Él ante el pueblo y viceversa. Esto no lo entendían los corintios y muy probablemente habían confundido o malinterpretado el concepto del “sacerdocio común”. De ahí que el apóstol Pablo insistiera en las dos cartas destinadas a esta iglesia en el ministerio específico y sus funciones. Esto lo podemos ver en textos como los siguientes:

“Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios” (1 Co 3.9).

“Así, pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios” (1 Co 4.1).

“Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios; no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica.” (2 Co 3.4-6).

En estos textos, y en otros muchos que aparecen en Las Escrituras, Pablo define a los Ministros de culto como colaboradores de Dios, administradores de Dios y argumenta que dicha competencia proviene de Él. De manera que el Ministro, no es un mediador, pero sí un representante de Dios y mayordomo sobre Su Casa, que es la iglesia, y por tanto responsable y dirigente de su culto.

Ya en el antiguo pacto los sacerdotes habían entendido esta posición de representatividad, por eso el profeta Samuel dijo estas palabras:

“Así que, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros; antes os instruiré en el camino bueno y recto.” (1 Sam 12.23).

En este texto, el profeta Samuel habla de dos tareas fundamentales que como Ministros tiene en relación al pueblo de Dios: La oración y la instrucción en La Palabra. Esto no cambia en el Nuevo Testamento y así también lo entendieron los apóstoles del Señor en su función pastoral al decir las siguientes palabras:

“Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra.” (Hch 6.4).

La similitud existente entre los ministros del antiguo y el nuevo pacto nos dejan perplejos y a la misma vez nos lleva a no pensar más allá de lo que está escrito.

Ahora bien ¿Qué quieren decir los apóstoles al decir que ellos se van a dedicar a la oración y la Palabra? ¿Se referirán a su vida personal? Es evidente que no, pues es tarea de todos los cristianos orar y estudiar las Escrituras, pero siguiendo la línea de pensamiento proveniente del antiguo pacto sobra decir que también ellos entendieron que las oraciones y las tareas relacionadas con La Palabra en el culto público no eran competencia de neófitos sino de personas apartadas para el santo ministerio.

Por tanto concluimos afirmando que en el culto las tareas de oración y Palabra les corresponden a personas apartadas para este santo ministerio como pastores y maestros de la grey.

Para la participación de las oraciones por parte de los miembros laicos están las reuniones de oración. Estas reuniones eran más privadas que las ordinarias y eran más bien para la iglesia con el fin de buscar fortaleza en el Señor para hacer frente a las tribulaciones que siempre la han asaltado. Veamos algunos ejemplos.

Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos.” (Hch 1.14).

Esto sucedió antes de la venida del Espíritu Santo. Los discípulos estaban aterrorizados ante las amenazas de judíos y romanos. Para hacer frente a esta situación se reunieron para buscar fortaleza en el Señor.

“Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración.” (Hch 3.1).

Siguiendo la costumbre judía de orar a media tarde también los apóstoles se acercaban al Templo para orar juntos. Es muy probable que allí se encontraran con muchos hermanos con este mismo fin.

En Hechos 4.23-31 también vemos que la iglesia, al ver que Juan y Pedro habían sido encarcelados, se habían reunido expectantes de cuál sería su destino y al ver que habían sido amenazados de muerte oraron juntos y fueron llenos del Espíritu Santo.

Lo mismo sucede en Hechos 12.12. Pedro estaba en la cárcel, mientras tanto los cristianos se reunieron para orar por él.

“Y habiendo considerado esto, llegó a casa de María la madre de Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos, donde muchos estaban reunidos orando.”

En Filipos las mujeres se congregaban para orar juntas. Al no haber hombres no podían fundar una sinagoga ni hablar la Palabra de Dios, así que se reunían para orar. Pablo también fue a esta oración comunitaria, pero siendo él un Ministro del Evangelio les habló la Palabra de Dios.

“Y un día de reposo salimos fuera de la puerta, junto al río, donde solía hacerse la oración; y sentándonos, hablamos a las mujeres que se habían reunido.” (Hch 16.3).

Con todo lo leído vemos que los primeros cristianos tenían sus reuniones específicas para orar y donde todos los que sabían orar lo podían hacer bajo la supervisión de sus pastores, pero no eran cultos públicos con predicación de la Palabra a excepción del caso de Filipos donde se habla de una tarea evangelística del apóstol Pablo.

En todas estas reuniones de oración se respetaban las normas apostólicas tal y como Pablo había enseñado a los corintios.

El problema de los corintios era que no seguían la práctica común de las demás iglesias porque se consideraban autosuficientes y mientras todas las iglesias seguían un mismo camino, los corintios iban por otro. Esto les llevó a considerarse una iglesia independiente.


6. Los Corintios: Una iglesia independiente

Como decía anteriormente, el gran problema de Corinto, al igual que muchas iglesias de la actualidad, es que eran independientes. Su visión de la iglesia universal era muy pobre, por no decir nula, de ahí que san Pablo tuviera que repetir tantas veces que los que a ellos les decía, se los decía a todas las iglesias.

Es erróneo pensar que una iglesia local es completamente la iglesia de Cristo. La iglesia local es “parte” de la única Iglesia de Cristo, por tanto las iglesias “independientes” atentan contra la doctrina de la Iglesia Universal como un Cuerpo.

Aunque es cierto que las iglesias cristianas gozaban de bastante autonomía sin embargo eran parte las unas de las otras y se sometían mutuamente a través de sus ministros, los cuales congregados en Asambleas, Concilios o Sínodos acordaban lo que todas las iglesias debían asumir como normas universales. Un claro ejemplo lo tenemos en Hechos 15 donde reunidos todos los Presbiterios junto a los Apóstoles tomaron decisiones que fueron enviadas a todas las iglesias.

“Y al pasar por las ciudades, les entregaban las ordenanzas que habían acordado los apóstoles y los ancianos que estaban en Jerusalén, para que las guardasen.” (Hch 16.4).

Evidentemente la máxima autoridad de la Iglesia y de las iglesias es Cristo, pero también es cierto que en la multitud de consejeros está la sabiduría y, como dicen los ingleses “dos cabezas piensan mejor que una”. Pero hay que tener en cuenta que este gran consejo de ancianos no era según la carne sino que se ceñían a Cristo como Cabeza y Señor de la Iglesia, a Su Palabra y siguiendo la guía del Espíritu hasta el punto en que consideraron que las decisiones tomadas provenían del Espíritu Santo, y al ser así debían ser recibidas de buena gana por cada iglesia.

“Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias” (Hch 15.28).

El mismo Señor considera a cada iglesia local sin pasar por alto a las demás. Un claro ejemplo lo tenemos en el libro de Apocalipsis.

Comienza el Señor hablando a cada una de las iglesias en particular:

“Escribe al ángel de la iglesia en Efeso: El que tiene las siete estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro, dice esto” (Ap 2.1).

En este caso se trata de la iglesia de Éfeso, sin embargo lo que le dice a Éfeso se lo dice a todas las iglesias. Veámoslo:

“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias…” (Ap 2.7).

Yerra quien piense que lo que Dios hable o lo que le suceda a tal o cual iglesia no es asunto suyo. Eso pensaban los corintios ¿Cuál era su pecado? ¡La arrogancia!

¿Por qué todas las iglesias de ese entonces tenían una doctrina y una liturgia común? Porque estaban entrelazadas entre sí a través de sus ministros. Si leemos Efesios 4, donde se habla de la unidad de la iglesia, podemos ver que los instrumentos que Dios usa para mantener unido a su pueblo eran los dones ministeriales concedidos por el Cristo resucitado.

“Así preparó a los del pueblo santo para un trabajo de servicio, para la edificación del cuerpo de Cristo hasta que todos lleguemos a estar unidos por la fe y el conocimiento del Hijo de Dios, y alcancemos la edad adulta, que corresponde a la plena madurez de Cristo.” (Ef 4.12-13 DHH).

Por aquel entonces las iglesias tenían hermanos que enviaban de diferentes lugares con el fin de recoger ofrendas para ayudar a otras:

“En cuanto a Tito, es mi compañero y colaborador para con vosotros; y en cuanto a nuestros hermanos, son mensajeros de las iglesias, y gloria de Cristo” (2 Co 8.23).

Cuando Dios apartaba a alguien para el sagrado ministerio, a pesar de que la iglesia local estaba involucrada en todo el proceso atestiguando que dicho candidato había sido capacitado por Dios, venían otros ministros para arroparle en su ordenación, encomendándolos a Dios por medio de la oración y la imposición de manos.

Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron.” (Hch 13.2-3).

“No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio.” (1 Co 4.14).

Cuando hablamos del Presbiterio o “Consejo de ancianos” nos referimos a todas esas personas que Dios ha puesto al frente de las iglesias como gobernantes y pastores. De manera que para la iglesia primitiva, aunque el testimonio de la iglesia local era vital, no era suficiente si el candidato al ministerio no estaba arropado y reconocido por los demás ministros, no solo de la iglesia local sino de las iglesias vecinas.

La actitud de los corintios distaba mucho de la regla común de las iglesias de ese entonces. Su autosuficiencia y jactancia era tal que creían ser poseedores exclusivos de la Palabra de Dios. Esto les llevaba a pensar que no necesitaba a nadie más y que podían valerse por sí mismos actuando de una manera sectaria y partidista.

El apóstol Pablo se los reprocha al decirles:

“¿Acaso ha salido de vosotros la palabra de Dios, o sólo a vosotros ha llegado?” (1 Co 14.36).

Son dos preguntas que dan mucho que decir acerca del carácter de los corintios. Sus pensamientos eran:

1º. Que la palabra de Dios había salido de ellos. Se consideraban por encima de todas las iglesias y no es de extrañar que consideraran que las demás eran falsas pues los únicos profetas verdaderos eran los suyos.

2º. Solamente a ellos ha llegado la palabra de Dios. No solamente tenían los oráculos de Dios de manera exclusiva sino que no aceptaban exhortaciones de nadie pues la Palabra de Dios no había salido de entre ellos hacia ningún sitio.

Era tal el hermetismo de esta iglesia que era realmente difícil tratar con ellos teniendo esta forma de pensar. Por esta forma independiente de actuar, sin tener en consideración que las demás iglesias también poseían la Palabra de Dios, su doctrina era diferente, no había un gobierno sólido y por tanto en lugar de seguir a sus pastores seguían a los más carismáticos, su liturgia era diferente a la de las demás iglesias, no había disciplina y por último al no haber unos ministros debidamente reconocidos que gobernaran la congregación y la alimentaran con su palabra la participación en el culto era libre y sumamente desordenada.

Todo esto era contrario a lo establecido por los apóstoles de nuestro Señor y contrario también a la práctica común de las iglesias. Eso es lo que trae que una iglesia sea completamente independiente, autosuficiente y exclusivista.


Bibliografía
[1] Vine, W.E., Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento, Editorial CLIE, Barcelona, 1984
[2] FORTES, J.L., Seminario Liturgia Cristiana, p.9