El Ministro y La Palabra de Dios

Autor: Pastor Juan Sanabria


El pastor, como mayordomo de Dios, es también el Ministro de La Palabra, reemplazando así a los apóstoles y profetas de la iglesia primitiva después del cese de sus tareas fundacionales de la Iglesia Universal.

“Tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra” (Lc 1.2).

Las tareas del pastor como Ministro de la Palabra son en el culto cristiano básicamente tres: La lectura de Las Escrituras, la exhortación y la enseñanza.

Este fue el encargo dado por el apóstol Pablo a Timoteo mientras estuviera al frente de la iglesia en Éfeso.

“Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza” (1 Tim 4.13).


1.1. La Lectura de Las Escrituras

Dios siempre mandó que Su Palabra se leyera al pueblo.

“Cuando viniere todo Israel a presentarse delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere, leerás esta ley delante de todo Israel a oídos de ellos.” (Dt 31.11).

Cuando se lee La Palabra Dios está hablando directamente a la iglesia reunida, y es por ello que se tiene que mantener especial reverencia. Conviene que la lectura sea acorde al tema a tratar en la predicación o el estudio.

“Y [Moisés] tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo: Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos.” (Ex 24.7).

Fijémonos que, cuando Moisés leyó la Palabra, el pueblo dijo “Jehová ha dicho”. Esa es la actitud que tiene que tener la iglesia de Cristo en la actualidad cada vez que se leen Las Escrituras. No es tiempo de ir al baño, ni de beber agua, ni de ponerse a hablar con el de al lado ni nada parecido porque el Señor, en ese momento, está diciendo algo mientras el Ministro lee Su Palabra.

Lo mismo sucedió con el gran maestro Esdras cuando leyó la Palabra de Dios al pueblo. Era tal la reverencia y la atención que se compungieron en sus corazones al saber que Dios los había vuelto hacia Él.

“Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura. Y Nehemías el gobernador, y el sacerdote Esdras, escriba, y los levitas que hacían entender al pueblo, dijeron a todo el pueblo: Día santo es a Jehová nuestro Dios; no os entristezcáis, ni lloréis; porque todo el pueblo lloraba oyendo las palabras de la ley.” (Neh 8.8-9).

1.2. La exhortación

La exhortación es una apelación a la voluntad de los oyentes para que hagan la voluntad de Dios y abarca especialmente el aspecto ético. En ella se les explica a los creyentes sobre cómo deben vivir, lo que agrada o desagrada a Dios, motivándoles así a hacer lo correcto ante sus ojos.

La exhortación puede enfocarse como una palabra de ánimo o consejo pero en casos de obstinación puede contener amonestaciones y advertencias sobre las consecuencias de no obedecer a Dios.

La exhortación en sí misma es un discurso para la iglesia, lo que hoy entendemos como predicación aunque la predicación, al ser una proclamación (gr. kerygma), va especialmente dirigida al inconverso a fin de que anunciándole el reino de Dios y la palabra de la cruz puedan venir al arrepentimiento. Así, pues, podemos decir que la predicación nos indica lo que tenemos que hacer para entrar en el Reino de Dios, mientras que la exhortación nos dice cómo debemos vivir una vez introducidos en él.

Veamos diferentes ejemplos de lo que estamos hablando:

¬ Exhortación como palabra de ánimo

“Este, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor.” (Hch 11.23)


¬ Exhortación como palabra de consejo

“Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.” (Heb 10.24-25).


¬ Exhortación como una palabra de advertencia

“Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación.” (Hch 2.40).


¬ Exhortación como una palabra de amonestación

“Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.” (2 Tim 4.1-2).

“Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie.” (Tit 2.15).



1.3. La enseñanza

Todo pastor, como maestro, debe explicar al pueblo La Palabra de Dios. Al igual que los escribas y rabinos judíos éstos tienen la obligación de hacer de intérpretes de La Palabra para que se haga comprensible al pueblo. El mismo Cristo fue reconocido como Rabí (Maestro) pero prohíbe a sus ministros que se dejen llamar así por los hombres, de manera que aunque seamos maestros no somos una autoridad inapelable de la iglesia porque solo Cristo lo es y en este sentido solo Él es el Maestro. Igualmente se nos prohíbe llamarnos “padre” pues aunque los pastores tengamos una función paternal sobre la iglesia solo Dios es capaz de engendrar por su Palabra y su Espíritu a aquéllos que ha decidido que sean sus hijos y herederos de la salvación.

“Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo. El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” (Mt 23.8-12).

La enseñanza es fundamental en la iglesia, no existe otra manera de pastorear al rebaño de Dios que no sea a través de la Palabra, por eso se le demanda a todo Obispo que sea apto para la enseñanza. Cualquier persona que ostente el oficio de pastor y sepa que no tiene el don de la enseñanza debe abandonar su cargo lo más pronto posible, porque cuando hablamos del término Obispo hablamos de su responsabilidad (supervisar) pero cuando hablamos de la enseñanza hablamos en esencia sobre cuál es su tarea en medio del pueblo de Dios.

“Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar” (1 Tim 3.1-2).

“Porque es necesario que el obispo sea irreprensible, como administrador de Dios; no soberbio, no iracundo, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino hospedador, amante de lo bueno, sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo, retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen.” (Tit 1.7-9).

Hay tres cosas a tener en cuenta por todo exponente de la Palabra de Dios: Su contenido, su forma de exponer y su propósito.


1.3.1. El contenido del mensaje

Si algo impresionó a los coetáneos de Jesús fue su forma de enseñar y el contenido de sus Palabras. Actualmente hay muchos ministros que han cambiado la Palabra de Dios por palabras humanas, filosofías y argumentos psicológicos en sustitución de la Palabra de Dios. Los púlpitos se han convertido en lugares de monólogos de contenido humorístico, anecdótico y frívolo carente de toda Palabra de Dios.

El apóstol Pablo enseñó que el mensaje principal que todo Ministro debe exponer está basado en la persona y la obra de Cristo.

“¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios.” (1 Co 1.20-24).

La predicación y enseñanza de los demás apóstoles estaba basado igualmente en la persona de Cristo y a esto se dedicaban con esmero.

“Y convinieron con él; y llamando a los apóstoles, después de azotarlos, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los pusieron en libertad. Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre. Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo.” (Hch 5.40-42).

Jesús mandó a sus seguidores a escudriñar las Escrituras argumentando que todas ellas hablaban de Él (Jn 5.39). Al mencionar Las Escrituras estaba haciendo referencia al A.T. pues hasta ese momento no se había escrito el nuevo. Puesto que toda La Escritura habla de Cristo es necesario que se enseñe al pueblo de Dios toda la Palabra de Dios, es decir, todo su consejo y a esto dedicó Pablo su vida y ministerio.

“Por tanto, yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios.” (Hch 20.26-27).

Las iglesias neotestamentarias que hacen menosprecio a La Ley y Los Profetas hacen menosprecio a Dios mismo. Esta dureza de sus corazones también alcanzó el corazón de los apóstoles, de modo que aún leyendo la Ley y los Profetas no eran capaces de ver en sus escritos a Jesucristo.

“Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían.” (Lc 24.25-27).

Todo Ministro debe enseñar constante y sistemáticamente “toda” la Palabra de Dios. Amputar el mensaje de Dios es un grave pecado del que todo ministro tendrá que dar cuentas a Dios. Nadie debe decir que tal o cual tema no le gusta. No debe ser repetitivo y persistir en una sola parte de la Escritura, sino exponerla enteramente. Toda la Escritura es inspirada por Dios y toda ella es útil para la iglesia. Los que presuntuosamente hacen alarde de creer en la inspiración de toda la Escritura pero luego hacen menosprecio del Antiguo Testamento como que carece de utilidad para este tiempo cometen un grave pecado.

1.3.2. La forma de exponer el mensaje

Cuando hablamos de la forma también hablamos del método. Se ha introducido en la iglesia la idea de que debemos inventar métodos o formas para que la gente se salve. Esto es como invalidar lo que Dios ha establecido para intentar hacerle un favor y ayudarle en nuestra aportación según nuestra sabiduría humana.

Los nuevos pastores creen que eso de hablar de la Biblia ya no es efectivo. En su lugar han convertido los púlpitos en plataformas para mimos, teatros, conciertos musicales, etc., que han suplantado la Palabra de Dios. Aunque estas cosas no son malas en sí mismas nunca deben ser un componente litúrgico en nuestro culto a Dios ni deben reemplazar la Palabra de Dios expuesta oralmente. Otros organizan partidos de fútbol, excursiones o aprovechan días especiales como la fecha de navidad, día de las madres pensando que ese momento es más propicio y argumentando que los corazones están más sensibles.

Esta es una postura claramente arminiana donde los creyentes quieren hacer su propia aportación en el ministerio cristiano, como si lo que Dios dejó no fuera suficiente.

Nos debe quedar claro que las fechas y los métodos humanos no convierten a nadie, solo Dios puede añadir a Su Iglesia los que han de ser salvos.

“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero.” (Jn 6.44).

“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé.” (Jn 15.16).

“Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.” (Hch 2.47b).

“Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna.” (Hch 13.48).

Como vemos en los textos citados el hombre no puede ni convertirse a sí mismo y mucho menos convertir a otros. Como dijo el profeta Jonás “La salvación es del Señor” (Jon 2.9c).

En cuanto a las formas y métodos humanos el apóstol Pablo escribió:

“Y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder” (1 Co 2.4).

Pablo podía haber hecho uso de sus conocimientos y estrategias que había adquirido en la famosa ciudad de Tarso, cuna de grandes conocimientos en aquel entonces, sin embargo para él todo eso era basura. Él sabía que Dios no utilizaba métodos sino personas escogidas por Él para que lleven su mensaje a través de la Palabra, ya sea hablada o escrita.

“Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación.” (1 Co 1.21).


1.3.3. El propósito del mensaje

1.3.3.1. Salvar a los pecadores

En cuanto a uno de los propósitos es que Dios utilice su Palabra expuesta para impartir fe a los oyentes y así puedan obtener la salvación.

“Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.” (Ro 10.17).

“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.” (Ro 1.16-17).

Nadie es justo ante Dios. La única manera de ser vistos como justos es confiando en la perfecta Justicia de Cristo, la cual al sernos imputada nos hace aceptos ante Dios, por eso es incorrecto decir al pecador que acepte a Cristo, ya que Cristo o Dios no deben ser aceptados por los indignos pecadores sino que los pecadores deben ser aceptados por Dios ya que han sido ellos los que le han dado la espalda.

“según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” (Ef 1.4-6)

“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Ro 5.1).

Nuestras obras, del griego “energeia”, lo cual implica cualquier acción humana, tampoco nos pueden hacer salvos. Solo somos salvos por la fe, lo cual no quiere decir que por la fe alcancemos la gracia sino que por la gracia de Dios recibimos la fe que nos hace salvos y todo esto es un don de Dios.

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” (Ef 2.8-9).


1.3.3.2. Dar crecimiento a los creyentes

Todo aquel que ha sido engendrado por Dios es una nueva criatura pero no basta con nacer, también hay que crecer. Si Dios ha utilizado su Palabra como medio de gracia para darnos la fe que nos hace salvos no es menos cierto que esa misma Palabra y el ahondamiento en su conocimiento es el medio que también utiliza para hacernos crecer. El cristiano que no estudia Las Escrituras no crece espiritualmente y su conocimiento queda bastante limitado, por lo cual, aunque haya recibido una nueva vida no deja de ser un infante en la fe.

“De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía” (1 Co 3.1-2).

“Acerca de esto tenemos mucho que decir, y difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír. Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal.” (Heb 5.11-14).

Observamos en este último texto que la base del discernimiento espiritual no está fundamentada en sensaciones o impresiones subjetivas del individuo. No es lo que uno siente sino lo que enseña La Escritura. El que a alguien le de escalofrios o se le ericen los pelos no es indicativo de que Dios esté presente ¿Acaso no les sucede lo mismo a los idólatras cuando adoran a sus ídolos? ¿O a los espiritistas cuando visitan al vidente de turno? El discernimiento no es experimental sino racional y bíblico. Los que no estudian las Escrituras siguen siendo niños incapaces de discernir la verdad del error y pueden estar revolcándose como cerdos en el lodo de la mentira pensando que están disfrutando de la verdad.

Ahora bien ¿Qué implica el crecimiento? Además del discernimiento, el crecimiento implica responsabilidad y servicio. El que es niño es egoísta y no piensa en lo que puede hacer para la obra de Dios sino en lo que la obra de Dios puede hacer por él. Cuando se alcanza la madurez se toma conciencia de que hay que aportar para el bien de la casa y esto en todos los sentidos. Ningún bebé sale a trabajar para contribuir en su casa, solo se limita a llorar y patalear, luego empieza a aprender a caminar y solo sabe tocar lo que no debe y no para de darse golpes y así hasta que va creciendo. Esto mismo sucede con el novato. Los cristianos que son inmaduros se comportan de manera similar.

Cuando se es adulto se empieza a contribuir para el bien de los que viven en la misma casa, y de igual manera los cristianos que van madurando comienzan a desarrollar sus dones en beneficio de los demás, se preocupan de la obra de Dios y de su crecimiento. Este es el resultado de la buena alimentación recibida por los creyentes de manos de sus ministros.

“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar [hacer madurar] a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.” (Ef 4.11-16).

Hay algunas características del crecimiento que se mencionan en estos textos y cuál es su objetivo, a saber:

¬ Hacer la obra del ministerio. Esto hace referencia al ministerio común de anunciar al mundo las virtudes de Cristo. Llevar el evangelio como si fuera nuestro calzado. Vayamos donde vayamos anunciar a Cristo.

¬ Para la edificación del Cuerpo de Cristo. Que sean capaces de dejar de morderse unos a otros y que todo lo que hagan y digan contribuya a edificar al hermano.

¬ Capacitarnos para la unidad en la fe, de manera que compartamos un mismo credo sin cismas ni divisiones.

¬ Para que ya no seamos niños fluctuantes, fáciles de engañar por los falsos maestros que acechan al rebaño.

¬ Para que sigamos la verdad en amor, porque el conocimiento sin amor envanece pero el amor edifica, pues quien no ama no conoce a Dios.

¬ Que nos sujetemos a la Cabeza de la Iglesia, es decir, Cristo. La madurez implica humildad y sujeción al Señorío de Cristo.


1.3.3.3. Formar nuevos ministros

“Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros.” (2 Tim 2.2).

Otra de las tareas y razones de ser del ministerio cristiano es la formación de nuevos ministros a quienes les sea confiada la Palabra de Dios según la capacidad que el Señor les haya dado.

Aquí Timoteo recibe el encargo de seguir transmitiendo, a aquellos que son llamados por Dios al santo ministerio, las doctrinas cristianas expuestas por los apóstoles.

Ningún ministro cristiano quedará en este mundo para siempre y la obra tiene que continuar en buenas manos, por eso el apóstol san Pablo se muestra preocupado y pide que estos futuros ministros sean ante todo hombres fieles. La primera cualidad tiene que ver con su carácter, la fidelidad a Dios, a su Palabra, a su familia y a la iglesia. La segunda cualidad tiene que ver con sus capacidades docentes de manera que sean idóneos para enseñar también a otros. Toda la fidelidad y amor del mundo no son suficientes para estar al frente de la Obra de Dios si carece de conocimiento, y peor aún sería que tuviese conocimiento pero no fuese fiel a su Señor, así que, como el cuerpo no vive sin el alma, una cosa no puede ser sin la otra.

Podríamos decir que aquí el apóstol Pablo está hablando de, lo que con el paso del tiempo, se han llegado a conocer como Seminarios o Institutos Bíblicos. Es muy importante que un Ministro de Culto, además de ser fiel al Señor, tenga una formación bíblica, teológica y pastoral. Los títulos concedidos en estas instituciones no hacen más sabio al estudiante, si no lo ha hecho para el Señor y si éste no ha recibido la gracia suya como para entender Su Palabra, de manera que hay que hacer desaparecer de las iglesias cristianas el concepto de que un seminario es una fábrica de pastores. Los dones los da el Cristo resucitado y, en base a ese llamamiento y santa vocación, la persona llamada hace bien en formarse y pulirse en dichas instituciones. Los títulos que al final se obtienen no hacen mayor ni mejor cristiano al que ha estudiado sino que, dicho título, acredita que ha estudiado.

El hecho de que algunos alumnos de Seminarios hayan salido deformes no nos exime de la responsabilidad de tomar a estos hombres idóneos y exponerles amplia y claramente todas las ciencias eclesiásticas para su mejor formación y servicio al Señor.

Nótese además que el apóstol siempre habla de hombres, ya que en ningún lugar de la Escritura se da apoyo para establecer mujeres pastoras en las iglesias, básicamente por ser esta una función de gobierno y dirección reservada exclusivamente para los varones. Sobre este asunto comenta:

“La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. No permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio” (1 Tim 2.11).

Pero este mandato apostólico no solo excluye a las mujeres para exponer la Palabra, sino también a aquellos hombres que no han sido llamados por Dios específicamente para dicha tarea como pastores-maestros o evangelistas, después de haber desaparecido el ministerio fundacional de apóstoles y profetas (Ef 2.20). Solo los que creen en la vigencia de apóstoles y profetas en este tiempo serán capaces de conceder el púlpito a otras personas aparte de las mencionadas, pues no hay otro argumento escritural para tal práctica.

Por tanto también a ellos es aplicable esta palabra, es decir, que aprendan, que no enseñen y que no ejerzan autoridad en la iglesia pues para dichas tareas ya Dios ha dispuesto a sus pastores-ancianos y, en otros casos, también evangelistas.*

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* Entiéndase como evangelistas a misioneros, fundadores de iglesias locales nuevas o carentes de pastores-ancianos.