El ministerio de la Palabra y el sacerdocio común

Pastor Juan Sanabria Cruz


La parte más importante del culto es la ministración de La Palabra de Dios. Cuando cantamos u oramos estamos abarcando el tiempo que le damos nosotros a Él, pero cuando atendemos a Su Palabra se está ocupando el tiempo que le damos a Dios para que trate con nosotros. Debido a esto, y a nuestra necesidad espiritual, el tiempo dedicado a la lectura y exposición de la Palabra de Dios debe ser proporcionalmente mayor al tiempo de los cantos y las oraciones. A modo de orientación podemos decir que, si un culto dura 1 hora, el tiempo para la Palabra debe ser al menos de 40 minutos. Las iglesias en la que solo se dedican a cantar y cantar ignoran la importancia de entregarle la parte a Dios para que nos hable.


1. ¿Cualquiera puede hablar la Palabra de Dios?

Existe en muchas iglesias la costumbre de poner en el púlpito a cualquier hermano/a para que exponga la Palabra de Dios ¿Es esto correcto?

Ya en el A.T. Dios advertía sobre el peligro de aquellos que hablaban su Palabra sin que Él les hubiera enviado específicamente a dicho servicio.

“El profeta que tuviere la presunción de hablar palabra en mi nombre, a quien yo no le haya mandado hablar, o que hablare en nombre de dioses ajenos, el tal profeta morirá.” (Dt 18.20).

Nadie que Dios no le haya mandado hablar debe dirigirse al pueblo de Dios como su representante. El texto nos señala que este no sería un verdadero mensajero sino un presuntuoso, es decir, alguien que tiene un concepto de sí mismo que no es. En aquel entonces, el falso profeta, era castigado con la muerte física, tipo del juicio eterno de Dios donde serán lanzados todos los que hablan sin haber sido enviados por Él. Antes la muerte era física pero ahora es eterna, aunque Dios les permita vivir pecando mientras esté en el cuerpo.

En el A.T. les fue encomendado a los sacerdotes la misión de comunicar al pueblo las palabras de Dios, lugar que ahora ocupan los pastores y maestros dentro de la iglesia cristiana.

“Porque los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la ley; porque mensajero es de Jehová de los ejércitos” (Mal 2.7).

El apóstol Pablo equipara a los sacerdotes del A.T. con los ministros del N.T., al defender el derecho de los mismos a vivir de la obra de Dios siempre que éstos estén dedicados a ella como sus mensajeros.

“¿No sabéis que los que trabajan en las cosas sagradas, comen del templo, y que los que sirven al altar, del altar participan? Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (1 Co 9.13-14).

Con esto se hace una clara referencia al ministerio específico dentro de la iglesia y su labor en la misma. En gran medida la libre participación de los hermanos en el culto viene precedida por un concepto errado del sacerdocio común de todos los creyentes. Este parecía ser también el problema de los desordenados hermanos de Corinto que desembocó en la participación de pseudoprofetas y presuntuosos que no entendían estas cosas y a los cuales san Pablo se dirige diciendo con ironía:

“Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor.” (1 Co 14.37).

Esto nos da a entender que no todos los profetas de aquella comunidad lo eran realmente sino que en una actitud presuntuosa creían que lo eran. Ahora bien ¿En qué consiste entonces el sacerdocio común?


2. ¿En qué consiste el sacerdocio común?

La base de esta doctrina se extrae principalmente de la 1ª epístola del apóstol Pedro que reza como sigue:

“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (1 Pe 2.9-10).

Al leer este texto muchos han creído que, al igual que en el A.T., todos los cristianos son sacerdotes en el sentido de que todos pueden ministrar la Palabra de Dios en la iglesia reunida, pero no es eso lo que enseña el texto.

Lo que este texto nos enseña es que ya no tenemos la necesidad de un sacerdote-mediador que presente sacrificio a Dios por nuestros pecados aparte de nuestro Señor Jesucristo. En este sentido, Cristo es el único Sacerdote sobre la casa de Dios y además es la víctima por nuestros pecados, de manera que no necesitamos a ningún hombre para tener acceso a Dios como sucedía en el A.T. y como enseña aún la iglesia Católica de Roma. Ya Cristo se presentó ante Dios como sacerdote perfecto y simultáneamente como el Cordero que fue sacrificado por nosotros. Este concepto del sacerdocio mediático es permanente con Cristo e insustituible.

“Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto. Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.” (Heb 7.22-27).

Nadie necesita a un Ministro de Culto para acercarse a Dios y obtener el perdón de sus pecados como enseña la Iglesia de Roma sacrificando constantemente a Cristo en el acto blasfemo de la Misa. Ya Cristo hizo su sacrificio una sola vez y para siempre. Él es nuestro Sacerdote pero esto no quiere decir que el concepto del sacerdote veterotestamentario como maestro e instructor del pueblo de Dios haya desaparecido, como tampoco quiere decir que al ser todos sacerdotes lleguemos al error de creer que todos somos pastores y maestros unos de otros. De modo que el púlpito no puede ser utilizado por cualquiera. Si en el A.T. Dios santificó a los levitas para esta función ahora lo ha hecho con los pastores y maestros en virtud de los dones que el Cristo resucitado ha impartido sobre su iglesia (Ef 4).

Por tanto, el hecho de que todos los cristianos seamos sacerdotes o pueblo de sacerdotes quiere decir:

2.1. Que debemos presentarnos a nosotros mismos ante Dios como un sacrificio vivo, haciendo morir nuestro ego para hacer su voluntad (Ro 12.1).

2.2. Que debemos ofrendar con sacrificio para el progreso de la obra de Dios ayudando a aquellos que trabajan en el ministerio (Fil 4.17-19).

2.3. Que cantemos a Dios con excelencia sacrificando alabanzas a su nombre y haciendo confesión del mismo (Heb 13.15).

2.4. Que debemos practicar las buenas obras hacia los hermanos en un sacrificio de esfuerzo, amor, servicio y generosidad (Heb 13.16).

2.5. Que anunciemos al mundo la obra de Dios en Cristo para la extensión de su reino de gracia sobre la tierra (1 Pe 2.9).

En estos puntos se resumen lo dicho por el apóstol Pedro sobre el sacerdocio de los cristianos:

“Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pe 2.5).

Fuera de estos cinco puntos no encontramos nada más sobre el sacerdocio del creyente en el N.T., por tanto no debemos añadir a lo que está escrito y revelado por Dios en Su Palabra no sea que también su ira sea añadida sobre nosotros en el Día del Juicio.


3. El sacerdocio común no es exclusivo del Nuevo Testamento

Muchos cristianos han malinterpretado, en vista del punto anterior, el concepto que los reformadores tuvieron de ver a la iglesia como un sacerdocio llevando al cristiano llano a convertirlo en un Ministro. El argumento es que si ahora todos somos sacerdotes entonces tenemos todas las competencias que tenían los sacerdotes del AT. Sin embargo la doctrina del sacerdocio común no es algo que aparezca como novedoso en el NT. Ya en el AT Dios había hecho referencia a su pueblo Israel como una nación de sacerdotes, lo que luego en el NT sería aplicable a la iglesia de Cristo.

“Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel.” (Ex 19.6).

A pesar de estas palabras, el pueblo nunca entendió que todos fueran ministros unos de otros, porque para ello Dios había apartado a los levitas, a quienes les fue entregado el sacerdocio como Ministros en las cosas sagradas.

El sacerdocio dado por Dios a Israel tenía una implicación universal ¿Qué quiere decir esto? Ellos fueron escogidos por Dios para ser depositarios de la palabra revelada por el Dios vivo y verdadero.

“¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿O de qué aprovecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios.” (Ro 3.1-2).

Aunque esta revelación de la Palabra de Dios les fue confiada a ellos, a diferencia de lo que piensan los dispensacionalistas, los destinatarios eran todos los hombres de la Tierra y en este sentido es que Israel tenía que anunciar a su Dios como el Dios de todos los hombres. Esto también tiene que ver con la revelación de la Ley de Dios, que , aunque fue dada a Israel, era para todas las naciones, de modo que Dios les demandaba y demanda a todos los hombres del mundo la sujeción a la misma y no solo a los judíos.

Israel perdió de vista este objetivo y el celo por su Dios les llevó a despreciar a las naciones haciendo la Palabra como algo exclusivo de ellos. Sin embargo Dios habló a través del profeta Isaías diciendo que para Él era poco ser solamente el Dios de Israel y que su gloria tenía que extenderse por toda la tierra según su designio inicial.

“Poco es para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra.” (Is 49.6).

Aunque Israel fracasó en este servicio a su Dios como una nación de sacerdotes el plan de Dios no falló, ya que en Su Hijo Jesucristo se cumplen las palabras del profeta. Así, pues, Jesús, el Rey de los judíos extiende el Reino de Dios por toda la Tierra cumpliendo el objetivo del Padre al ser la Luz del mundo y el Salvador de las naciones. Así lo confirmó Simeón al tomar al niño en sus brazos después de haber sido presentado en el Templo diciendo:

“Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra;
Porque han visto mis ojos tu salvación,
La cual has preparado en presencia de todos los pueblos;
Luz para revelación a los gentiles,
Y gloria de tu pueblo Israel.” (Lc 2.29-32).


Aquí tiene también su cumplimiento el comienzo del Reinado Universal del Señor, en el cual su Ley saldría de Jerusalén, es decir, la Iglesia de Cristo, para extenderse por todo el mundo según lo dicho por el profeta:

“Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová.” (Is 2.2-3).

En este texto las referencias al monte indican el Reino de Cristo y la Casa del Dios de Jacob es sin duda su Iglesia (1 Tim 3.14-15), que además anuncia su Ley, la cual no es eliminada por el evangelio sino confirmada por el mismo según el mandamiento de Cristo (Mt 5.17-18; Ro 3.31).

Ahora, la iglesia de Cristo, como real sacerdocio, anuncia a todas las naciones la Palabra de Dios, de manera que Dios cumple su plan tras el fracaso de los israelitas.

Pero, tal y como se entendió en el AT, los primeros cristianos siempre dejaron lugar a los Ministros de la Palabra para que fuesen ellos quien, de parte de Dios, administraran la Palabra y los Sacramentos cada vez que la iglesia se reuniese pero sin tomar el lugar que solo a los que Dios había llamado les correspondían. Entendieron que bajo el sacerdocio común podían y debían hablar de Cristo con todas las personas y esto hicieron cuando fueron perseguidos y esparcidos por causa de Saulo de Tarso.

“Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio” (Hch 8.4).

“Ahora bien, los que habían sido esparcidos a causa de la persecución que hubo con motivo de Esteban, pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie la palabra, sino sólo a los judíos. Pero había entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús. Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor.” (Hch 11.19-21).


En ambos textos vemos a la iglesia cumpliendo su misión sacerdotal de anunciar al mundo las virtudes de Cristo, y a pesar de que en ambos casos surgieron iglesias nadie se atrevió a erigirse como Ministro de la Palabra sin haber sido llamado específicamente para ello. De manera que recurrieron a sus hermanos de Jerusalén para que les ayudaran y enviaran hombres llamados para dicha función.

“Llegó la noticia de estas cosas a oídos de la iglesia que estaba en Jerusalén; y enviaron a Bernabé que fuese hasta Antioquía. Este, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor. Porque era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud fue agregada al Señor. Después fue Bernabé a Tarso para buscar a Saulo; y hallándole, le trajo a Antioquía. Y se congregaron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente; y a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía.” (Hch 11.22-26).

Por tanto, el sacerdocio común no legitima a nadie para hablar la Palabra de Dios en la iglesia como predicador y/o maestro haciendo funciones pastorales a menos que Dios le haya llamado, apartado y capacitado para ello. Solo los pastores-maestros como administradores de Dios tienen dicha prerrogativa.

Poner a hablar la Palabra de Dios en la iglesia o por las casas a personas que no tienen preparación espiritual y formación teológica es lo que está llevando a la apostasía a la iglesia cristiana de los siglos XX y XXI. Por lo cual, debemos volver al patrón bíblico si no queremos perecer a causa de nuestra falta de sabiduría.